6/11/14

JORDI LLAVINA NA VANGUARDIA

EUGÉNIO DE ANDRADE

Jordi Llavina
     A veces me ocurren cosas extrañas. La otra noche, por ejemplo. Por lo visto, me levanté sonámbulo y hojeé algunos libros que se encuentran en mi habitación, rodeando la cama. Puede parecer raro, pero ya me pasó otra vez, años atrás. La explicación es muy clara: el sueño me aburría, así que eché mano de la literatura. No recuerdo nada de la lectura hipnótica, y si estoy seguro de que tuve ese sueño es porque a la mañana siguiente había un par de libros en mi mesita de noche que yo no recordaba haber dejado ahí horas antes, al acostarme: Canzoniere, de Umberto Saba, y Ostinato rigore, de Eugénio de Andrade. Dos autores, por lo demás, que se cuentan entre mis diez poetas favoritos de todos los tiempos.
Jordi Llavina
     Lo curioso del caso fue que, al mediodía, el cartero llamó a la puerta de mi casa para entregarme un certificado. Sólo con oír “cartero, certificado” me horrorizo. La mayor parte de veces ese anuncio significa una multa de tráfico o un quebradero de cabeza debido a la soez agencia tributaria. Pero no, ese día nada había de ello. El cartero —que me estará leyendo: ¡un abrazo, amigo Hidalgo!— me alargó un paquete bastante grueso, y yo correspondí a su amabilidad echando un esmerado autógrafo en su dispositivo electrónico. Y ello porque, en el remitente, ya se me hizo manifiesta la maravilla que escondía el sobre: Les manes enceses. Antoloxía (1948-2001), de Eugénio de Andrade, en traducción asturiana de Antón García (Saltadera).

     Antón es una persona discreta y un excelente poeta asturiano que, además, traduce muy bien. A principios de los ochenta, vivió en Barcelona, y tradujo, entre otros, a Vinyoli. Su volumen andradiano se abre con un delicioso texto, a propósito de un paseo por Lisboa que dieron los dos, poeta y traductor, en 1988. Sólo por este texto merece la pena comprar el libro. Tras el proemio, lo mejor del portugués, en cuidada edición bilingüe. Andrade es el poeta del cuerpo (manos, corazón, labios) y de la luz, de la nieve y de la sed, de la melancolía y del goce, de la naturaleza que estalla en el fruto y de los animales que corretean o vuelan, a los que admira por ser nada más que instinto. “Asina quería yo’l poema: trémbole de lluz, ásperu de tierra, sonruxente d’agües y d’aire”. Y sí, sus versos tiemblan de claridad, y a menudo encierran la aspereza no sólo de la tierra, sino también de las verdades más hondas.

(Jordi Llavina, La Vanguardia, miércoles 5/11/2014)

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